Para descifrar el verdadero significado de soledad hay que estar completamente solo, aislado, confinado. Ese anhelo de soledad al estar rodeado de todos los que uno quiere no es más que un falso capricho: somos seres sociales y lo manifestamos en pequeñas actitudes cotidianas.
¡Qué independiente me siento en el transporte público atiborrado de personas cuando llevo mis audífonos puestos y me siento ajeno a lo que pasa alrededor! Es una indiferencia, casi arrogante, que anula a mis compañeros de trayecto. Se me olvida, de pronto, que tal vez estén pensando lo mismo que yo y que probablemente preferirían andar camino a casa por su cuenta pero la distancia, el costo, la inseguridad los deja sin otra alternativa que compartir la esclusa de vapores en una puesta del sol lluviosa al final de la jornada.
Las grandes ciudades ofrecen el atractivo aislamiento a pesar de estar rodeado por millares de semejantes, y empezamos a sentirnos solemnes. Es la teoría que me he imaginado al atestiguar la conversaciones que destellan entre desconocidos y que no duran más que un verano en el ártico. Lo he visto (el saludo) casi como una agresión, incisiva, a nuestra impasibilidad.
Un día tuve que marcharme; La lluvia seguía visitándome intempestivamente, pero ya no veía tanta gente. Todos desconocidos, acostumbrados a ellos. Me ubiqué justo en medio, casi que con violencia. Así, esperaban que me comportara como ellos suponían que debía ser, mientras yo pretendía mi soledad. Pronto se escucharon los primeros reclamos, y supe que a estas personas no les venía muy bien mis hábitos citadinos.
No considero que hubiese empezado a fingir cordialidad, pero si es cierto que habría preferido permanecer en silencio mientras topaba con cada una de las personalidades locales. Anhele mi soledad nuevamente... Y la obtuve.
Hoy escribo a punto de llegar al otro lado de la orilla, arrastrado por la corriente, un poco más hacia la vertiente y menos hacía la cordillera. Me encuentro cansado, mis extremidades se entumecen más fuerte con cada brazada que doy. Puedo ver la orilla, casi la toco pero me sigue siendo esquiva. ¿Cuánto desearía estrechar ahora la mano que alguna vez dejé extendida?
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