Esta vez emprendía un viaje sin tener claros los motivos que me impulsaban a hacerlo. Siempre me había considerado una persona racional y calculadora, pero esta vez debo aceptar que ese paradigma se rasgó; No solo por esto, sino porque últimamente también estuve pensando en la influencia astrológica de mis acciones y mi suerte: ¡cómo si yo no fuera el único responsable!
Aún no me terminaba de acostumbrar a la nueva rutina que me envolvía casi todos los últimos días de mi vida. El tiempo ahora parece transcurrir de manera rauda y se ha vuelto inatajable. Cada oportunidad perdida parecía ahora más distante, y por eso me había ido convenciendo de que debía exprimir los momentos tanto como fuera posible.
Tal vez fue esta rutina y esa distancia la que permitió culminar un apartado de mi vida cuyas últimas páginas se encontraban completamente en blanco. Estuve tranquilo, pero esa calma no pudo durar mucho. Entre mofas y descuidos me fui adentrando rápidamente hacia una nueva tormenta que prometía arriesgar la estabilidad de mi viaje. Cometí el error de subestimarla pensando que la experiencia me sería suficiente para sortearla. Caí de nuevo en la ingenuidad de tiempos pasados; No me daría cuenta de mi altivez hasta cuando ya era muy tarde. Decidí acomodarme la pretina y enfrentarme a mis miedos, no me quedaba otra alternativa.
Era un mar de palabras, aunque bien hubiera podido ser de color esmeralda, como sus ojos. Durante estos días tuve que doblar mis turnos de vigía, y pronto me sentí abrumado por la falta de sueño. Trataba de mantenerme enganchado a la realidad a través de un pequeño radio que sintonizaba frecuencias de todas latitudes, en diferentes idiomas, aunque no parecía suficiente para vencer los límites de este nuevo mundo que se erguía de manera imperceptible.
A veces pasaba noches enteras observando el cielo pálido que en ocasiones me permitía visualizar, muy distantes, algunos astros, cuyo brillo parecía atenuado. Después de la última noche en vela sentí los haces de luz colarse en mis ojos, encogiéndolos aún más. Tuve la vana sensación de que me había zafado de esta nueva desdicha y volví a festejar, sin imaginar que pronto encallaría violentamente sobre un asiento de cenizas que no habían podido ser arrastradas por la corriente.