Cuentan sus habitantes y caminantes frecuentes que hace ya varios años existió en el páramo de Santurbán una pareja de ancianos que acostumbraba a cruzar sus caminos llevando cargas de diferentes productos de la naturaleza. En una ocasión, mientras transportaban una carga de maiz blanco y otra de amarillo, se perdieron en la inmensidad de la montaña debido a una densa niebla que impedía establecer cualquier punto de referencia. Durante éste infortunio tuvieron que caminar una larga jornada, hasta que finalmente divisaron una casa. Ya anochecía. Pronto se acercaron y llamaron a la puerta donde fueron atendidos por una humilde familia que, se veía, estaba recién constituida. Muy amablemente les abrieron las puertas de su hogar, les brindaron comida y bebida, una cama cómoda y espacio para atar sus caballos cargados de maíz. Los ancianos, bastante avergonzados por tanta hospitalidad, prometieron marcharse a primera hora del siguiente día.
Se asomó el sol, y pronto la mujer, dueña de la casa asumió sus labores, pero quiso primero asegurarse de que a la pareja de ancianos no les faltase nada. Su marido despertó en seguida y secundó a su esposa que aún no salía del asombro al observar los caballos de los ancianos atados en el frente de la casa, pero sin ningún rastro de ellos. Ya volverán por sus animales y su carga, pensó don Manuel, quien siempre había sido una persona serena, pero pasaron tres días con sus noches y no regresaban.
Durante esos días de incertidumbre recordaron la conversación que habían tenido durante la cena, en la cual los ancianos les explicaron con reparos geográficos gruesos dónde era que habitaban.
Don Manuel y su esposa decidieron salir a buscarlos y cuando se hallaron en el lugar, no solo notaron que no había ninguna casa alrededor, sino que quedaron boquiabiertos con la majestuosidad de dos lagunas que nunca habían observado antes, a pesar de conocer muy bien el sitio. Una de ellas era amplia y profunda, mientras que la otra se ubicaba justo por encima de la primera, con bordes menos definidos pero igual de bella.
Resignados, decidieron regresar a su rancho donde aún permanecían inmóviles las bestias cargadas de maíz. Llenos de curiosidad ante los extraños hechos, decidieron explorar la carga que llevaban y se encontraron que el maíz blanco era en realidad plata granulada y el amarillo, oro.
Tradición oral, Páramo de Santurbán.
Santander y Norte De Santander, Colombia.