Los sonidos que con tozudez salían de su boca han hecho una buena ocasión para volver a la pluma. Ha sido un largo tiempo en que no escribo escuchando las palabras. Mi vida por estos días ha sido como las manecillas del reloj sin segundero que va cambiando la dirección a la que apunta con cada minuto y cada hora. Necesito descansar de todos ustedes, infelices, que me han hecho infeliz. Ahora me parece que quiero vivir el resto de mi vida con instinto animal, sin preocuparme por las nimiedades humanas. Insisto en el desprecio, pero me redescubro justamente un domingo por la noche; es irremediable odiarlos. Resultan ser abrumadores. La angustia regresa de forma intempestiva y nubla el panorama, desafiándome a caer por el filo del abismo en el que camino, y en el último segundo, su mano extendida me asegura, mientras yo solo pienso que podría ser la última vez en que pueda estrecharla. La veo ya lacerada y me conmueve aún más que mi propia situación. Quizás olvidé mencionarte que tu intransigencia me ahogaba; y que tu condescendencia me empalagaba. Ya casi no me queda tiempo ni para pensar en mi, aunque sigo allí, pendiendo de tu voluntad. Parece que no hemos sido creados para ayudarnos, y me cuesta mucho el sometimiento.
He decidido que ahora no es momento para leer una sola palabra, ni para escuchar otra más. Me envuelvo en mi obstinación y voy a la cocina por una taza café sin azúcar y sin crema; gusto que me gusta compartir contigo. Pienso en el momento en que finalmente te des cuenta que en estos relatos no existía tal Santiago ni tal Juan Manuel, sino que había sido yo mismo con otros nombres, así como siempre te ha gustado firmar. Es agotador tener que recordarte en el frío implacable que se filtra por entre los cerros y que recorre las calles vacías y oscuras en las noches más despejadas. He lanzado mis dados, he jugado mis cartas y no parece haber una sola mano a mi favor (no creas que ando jugando).
Rompo en llanto, en tus brazos tras varios días de ojos encharcados y siento un gran alivio. Nunca pensé que de ti serían esos brazos que me sostendrían ante mi impotencia y la falta de aliento. Decidí enfrentarme a mis propios miedos y así lo he hecho: No quiero que me llames cobarde, aunque sé que lo he sido. Ahora mismo se reúnen mis fantasmas, mientras tu insistes en traerlos afuera. Me agobias y me alivias. Toma un fragmento y márchate, pero no lo tomes todo, pues sabes que no te pertenece.