Vuelvo a escribir después de tanto
tiempo. No ha sido por negligencia sino por falta de oportunidad. A lo mejor,
solo veo esta actividad como una necesidad de expresar lo inexpresivo, de explicar
lo inexplicable, o como una manera de afrontar lo que me estremece. Y digo
"que", pero debería decir "quien", porque casi todo relato
se trata de alguien más. El tiempo pasa y cada día deja más incógnitas que
respuestas. Sigo sin encontrar mi identidad a pesar de mis ya entrados 30 años.
A lo mejor no he entendido que yo también soy como el agua del río que no
vuelve a pasar dos veces, y esta búsqueda ha sido completamente en vano. A
pesar del pesimismo, me resulta paradójico que solo se puede ver el reflejo en
el remanso de un lago sereno.
Somos hijos de una misma cordillera que
decidió partirse en tres y separarnos en valles opuestos. Afortunadamente, el
alma viene con una impronta indeleble. Es posible que eso me haya llevado a
buscarte, incluso desde antes de tener conciencia, motivado por la necesidad
tacita de encontrar una parte de esa identidad que tanto anhelo. Me tomó unas
cuantas décadas, pero finalmente sucedió. Te vi y sentí nostalgia. Me viré y agradecí
al camino que me trajo. Sentí la plenitud de reconocer ese instante como un
"momento cumbre" con la madurez suficiente para honrarlo con
solemnidad. Mentiría si dijera que esto no ha sucedido antes, pero
definitivamente es la primera vez en que no me siento abrumado, sino
conmovido.
No encuentro explicación para tantos
detalles de esta historia. Resulta tan inverosímil que cualquiera podría decir
que me lo he inventado todo. Me sorprende que ambos renunciamos a nuestras
costumbres, y el lugar que nos reúne por vez primera está lejos de casa. Jamás habría
imaginado que nos veríamos gracias a la congregación de un nicho académico tan
especifico, que de alguna manera nos cautivó para vincularnos intelectualmente,
como si no hubiéramos podido dedicarnos a discutir la vida de otra manera, a través
del arte, los gatos, y la música. Me emocione, más por la certeza de que allí estaríamos
juntos, que por cualquier otra razón. Ya conocía brevemente algunas de tus
ideas, y me sentí muy privilegiado de escucharlas de tu boca. Los días son muy
breves cuando se disfrutan, pero eternos en agonía. Cuando menos lo pensé, ya nos
despedíamos. Desde el primer instante que te vi, supe que allí terminaría todo,
y el final llego de manera tan cinematográfica que me sentí una caricatura de
Miyazaki.
Diré lo que no sabes, porque, como dije antes, todo parece un gran absurdo. A lo mejor no lo notaste, pero no tuve la fuerza para darme la vuelta una vez más. Desee que ese último abrazo hubiera sido eterno, pero te solté y me aleje. Me fui con la sensación de quien cruza la puerta de su casa por última vez, sabiendo que no volverá. Abordé mi vuelo con rumbo opuesto, y ya en altura, sentí esa misma nostalgia que ya mencioné, pero mezclada con un profundo duelo, y no pude contener una lagrima. Soy consciente de lo fácil que es para mí idealizar lo desconocido, e incluso caer en el vago ejercicio de buscar explicaciones mitológicas para justificarme, pero estoy seguro de que esto que sucedió no es algo habitual. Ahora depende de nuestra voluntad buscar el camino que nos lleve juntos hasta ese lago, donde podamos ver juntos el reflejo de nuestros recuerdos.

