lunes, 22 de enero de 2024

Novedad

Aprovecho que es enero para establecer las resoluciones de año nuevo. Retomar hábitos, especialmente si son buenos, no es una tarea fácil. Me pregunto donde se halla la motivación para cumplir las expectativas de cada día. Aun con trasnocho logro salir de la cama, ponerme de pie y hasta salir a la calle a fingir que todo esta bien. El engaño suele salirme tan bien que a ratos me convenzo de ese bienestar, hasta que vuelvo a encontrarme en soledad.  

Quise volver a escribir tras empezar el año con un libro mediocre de una escritora que alguna vez admiré. No me considero particularmente bueno para casi nada, y no comparto mis escritos con la morbosidad de generar una reacción en quien los lee. Escribo porque es la única forma efectiva que he encontrado para drenar los sentimientos cuando las tormentas de emociones inundan el alma. Siempre me ha causado curiosidad la capacidad reconfortante del agua que se manifiesta en las lagrimas que desbordan los parpados (a veces de alegría, otras de tristeza), en la sopa que anhelamos cuando estamos enfermos, y en la tranquilidad de un lago. Tal vez es esa característica fluidez la que nos conmueve. La capacidad de ser lo que se es en aquel momento, pero con la inevitable expectativa del cambio. Algunas (pocas) veces, podemos vernos en la quietud de un charco limpio, y tal vez son esas las enseñanzas que el agua nos quiere dejar: Solo podemos ver con claridad cuando permanecemos en calma; Y, asimismo, nos advierte de su implacable fuerza al perder el cauce.

Como ya pueden asumir, los últimos y los primeros meses de cada año son los más fríos aquí en el hemisferio norte. Yo solía odiar la ausencia de luz y calor que suelen llevar al deprimente cambio de follaje propio del invierno. Este frio siempre encuentra espacio para colarse, y además permanece incluso cuando el sol ha vuelto a calentar. Finalmente empiezo a comprender la inspiración de Vivaldi, y sospecho que el clima fresco facilita la contemplación.

Aquí se habla diferente, los trazos y fonemas son ajenos y frecuentemente me pierdo. Han pasado varios años y volver a escribir en el idioma que escuche desde nacido es complicado. Y no lo digo por la pretensión de quien niega su suelo, sino por la constante encrucijada de querer pertenecer sin doblegar las costumbres propias. A veces me distraigo escuchando dialectos ininteligibles y pretendo entender a través de la prosodia, capricho que ciertamente me ha costado malentendidos y desencuentros.

Expresar las emociones es tan complejo como describir la verdad. ¿A quien se le ocurrió esta nomenclatura que me resigno a usar sin comprender? Ciertamente me frustra caer en la contradicción, pero trato de hacer lo mejor que puedo. Esta competencia, que no ha sido libre, me ha llevado por un espectro de sensaciones que apenas puedo describir como un recuerdo de la infancia, que no se si proviene de mí o es la descripción de una anécdota. Con la escasa madurez adquirida intento filtrar lo que siento para crear un significado propio y buscar la identidad que probablemente nunca encontraré. Cada día me siento diferente y ya he usado todas las palabras que existen en este idioma que maltrato con las historias que escribo. Ahora, tengo el reto de construir estos retazos que componen mi vida con un nuevo textil al cual no me acostumbro, intentando conservar la apariencia...

martes, 22 de septiembre de 2020

Negativo

Descargar mis memorias sobre el papel me alivia el alma. Últimamente he pasado por muchas vivencias y hace rato que no me tomo el tiempo de escribir. Vivir en el pasado es una condena, pero recordar es la manera de lidiar con ella. Resulta que esta vez ha coincidido con la nostalgia de los amores caducos. Este fue especial porque sentí una atracción casi infantil, aquella que ocurre sin conocerse, seguramente guiado por mis menos elevados instintos. Diría que fue el azar, pero nos encontramos en un momento tan oportuno que parecía planeado, como el vuelo austral de los pájaros en octubre. Después de estos años solo tengo certeza de mi ingenuidad, con tal suerte que mis desaciertos siempre han sido motivo para escribir: aunque escribo poco, me equivoco mucho.

Su rostro es como un negativo de las noches estrelladas en la montaña que añoro, mas ahora que vivo entre el cemento y los anuncios iluminados que espantan hasta al cometa mas brillante. Aunque no he vuelto a ver un cielo similar que me recuerde las manchas en su piel, siempre la llevo presente al transitar las calles de esta ciudad. Alguna vez soñamos con estar aquí, cada uno por aparte, aunque ahora quisiera que estuviéramos juntos.

Es reconfortante la parsimonia con la que se posa tu mirada sobre el mundo, en medio de tanto caos. 

Aunque tu nunca lo pediste, yo si te ofreci alguna vez mis textos mediocres, porque aun siendo asi pensaba que eran mejores que mis decepcionantes conversaciones. 

Las deudas que mas agobian casi nunca vienen a cobrar; tal vez porque no suelen ser materiales, pero siempre estan latentes. 

No he podido perdonarme el daño que te he hecho. Lamento no haberte querido mas, no haber notado lo feliz que era contigo a pesar de nuestras diferencias: siempre he odiado la impuntualidad de la gratitud y el arrepentimiento.


viernes, 19 de junio de 2020

Diecinueve

Hoy es Junio 19 del año 20, Juneteenth aquí, menos 19% allá, COVID-19 en el mundo. Es un día soleado de verano que empezó desde muy temprano y va a terminar tarde. Hace 6 años, la selección Colombia se disponía a disputar su segunda fecha del mundial. No íbamos desde el 98, y el debut en esta nueva edición fue todo un éxito: Colombia le había ganado 3-0 a la selección europea del grupo, en un partido que estuvimos esperando durante 16 años, 4 ciclos, tres décadas y dos milenios.
 
Recuerdo haber llegado a casa ese día a lavar mi camiseta roja, que juntos teníamos y que juntos compramos a pesar de no habernos visto desde aquel breve encuentro en abril de 2013 por las praderas al norte de Bogotá. Gracias a un amigo en común, fuimos (también) convocados a televisar aquel encuentro que se daría un jueves. Desde el lunes tenía la esperanza de vernos, como tantas otras veces, aunque no se sintió real hasta ese mismo día por la mañana. Creo que no pude dormir bien la noche anterior, sentía los ojos pesados pero así mismo me levanté y me fui a buscar mi camiseta roja. A esta hora hace 6 años estaba listo, no tanto para ver el partido sino para verla a usted. 

Decidí primero pasar por el Éxito, otrora Ley y comprar algo de hidratación. Era un día caluroso, pero el sol venía e iba a voluntad de las nubes. Caminé por unos quince minutos, más otros cinco que anduve perdido. Abrí una puerta que jamás había abierto, y ahí estaba usted, en la sala, junto con otros amigos que tuve la fortuna de conocer. Recuerdo haber sentido el corazón latir más fuerte que rápido, tanto que opacaba hasta mis propias palabras; No me escuchaba aunque podría decir con certeza que algo estuve diciendo. Veinte minutos después estábamos frente a la pantalla y la ansiedad de un encuentro se sumaba a la del otro. Ahí estuvimos haciendo comentarios esporádicos con cada jugada, y cada movimiento nos acercaba un poco más. Recuerdo haber tomado su mano en una de las tantas acciones de casi acaban en gol, recuerdo los abrazos que le dí con la excusa de celebración. Aquel partido terminó con una nueva victoria 2-1 para nuestra selección pero a esa hora no teníamos la intención de irnos a casa. 

Estuvimos bebiendo un poco más y ahora sí me podía escuchar, pero no me podía entender. Bueno, aunque en ese punto ya había entendido por qué fue necesario mantenernos distanciados durante todo ese tiempo. Apenas si habíamos pasado un par de horas juntos y ya sentía que no quería pasar otra lejos de usted. Yo ignoraba por completo otra parte de su historia que estaba apunto de conocer, y la conocí súbitamente. Mi aura cambió y preferí retirarme adonde hasta hace poco había sido feliz: frente a la pantalla. Por un breve instante la vi pasar y en medio de la confusión le reclamé, aunque entiendo que no lo debí haber hecho. Después de eso, sentí por primera vez sus labios en los míos, la misma sensación evocada una y otra vez, hasta el último beso, saliendo de su casa en la madrugada.

martes, 26 de noviembre de 2019

Clamor

Después de salir de la discusión sobre El Testigo, con el mismo Jesús Abad Colorado en un pequeño auditorio, me vi transportado al Claustro San Agustín en el centro de Bogotá. El conflicto armado de nuestro país parecía ajeno a la realidad de las grandes ciudades, sobre todo en los barrios acomodados donde se vive con una indolencia aterradora.

Da la impresión que la vida (y muchos otros derechos fundamentales) es (son) un privilegio en Colombia. Suena disparatado, pero en este país la dignidad es una cuestión de clase (o de estrato), y tal vez es esa la razón por la que casi todos hemos caído en la estulticia de alardear de alguna posición privilegiada, o de ocultar los vestigios de nuestro amplio patrimonio cultural.

Resulta que no todos vemos esas ventajas con responsabilidad, así como no todos escondemos nuestra herencia de manera consciente. En ambas omisiones veo barreras para la construcción de colectividad. Como Colombianos, siento que nos falta mucha empatía (palabra tan malgastada por estos días) y que, tal vez, es ese uno de los principales combustibles para la violencia. Nos hemos acostumbrado a ignorar el sufrimiento, a la indignación pasajera, al olvido pérfido... pero una nueva esperanza se avista en Colombia por estos días.


Este nuevo movimiento nacional, que ya casi cumple una semana, reivindica la lucha por la justicia social como respuesta al histórico abandono estatal. Necesitamos transformaciones profundas de lo que ha sido el pilar de una sociedad injusta. Los colombianos somos una nación afligida por los abusos de unas cuantas familias que han sido dueñas del poder económico y político desde siempre. Que lo han mantenido a punta de engaños y de odio. 

Pocas veces me he sentido tan orgulloso de Colombia como ahora, con la solidaridad del pueblo que sale a caminar porque está cansado, que exige al unísono lo que por derecho debió siempre estar garantizado, un pueblo que defiende colectivamente a las víctimas del Estado. Hoy, más que nunca quisiera estar pisando las calles y gritar hasta quedarme sin voz. Quisiera llamarme parte del gran paro nacional pero me ha tocado vivirlo como espectador. Es importante exhortar al diálogo desde cualquier posición, y sobre todo con quienes tenemos argumentos divergentes: este siempre será el mecanismo más importante para la reconciliación y la construcción de una sociedad en paz.


domingo, 18 de agosto de 2019

Vida


Salir a la calle después de pasar un día entero en casa me parece extraño. El anhelo de libertad es una sensación casi ajena: una vez otorgada es difícil de manejar. Sucede a menudo con los anhelos que cuando son alcanzados desaparecen entre la bruma, dejando desesperanza en el aire. Los lugares que hemos soñado se volvieron el presente, y los que dejamos serán ahora los soñados.

No sé si este día sea el primero o el último; es el día del sol, sin embargo, hoy había decidido deshonrar su nombre. Quise decirle al turista con cara de frustración que el recorrido en el tranvía aéreo durante la tormenta sería excepcionalmente bello, pero somos pocos los que admiramos la belleza en sepia. Recordé aquel día en Cristo Rey, frío y nublado, y pensé en que, tal vez, habría preferido un poco más de luz, porque los recuerdos brillantes no se difuminan.

Ahí estaba yo, en la mitad de la calle, planteándome una contradicción más. Aparentemente vivo en un estado de reposo intelectual por cuenta de mis ideas contrarias. O tal vez disfruto los días soleados tanto como los días lluviosos y plantearme esta innecesaria dicotomía es una fuga al agobio del domingo vespertino, a la depresión que acompaña la víspera del lunes.

Vivir entre opuestos es un planteamiento mediocre. Todos los días me esfuerzo por salir del sistema binario y arcaico que aún rige muchos aspectos de la vida. Vivir una semana, cinco días en rutina, para llegar al viernes y finalmente tener tiempo de pensar en la vida que se va pasando sigilosa. Ahora que puedo, pienso en las calles de la infancia que recientemente he visto más estrechas. Crecer es ver encoger el espacio y las horas. Puede ser cierto que el universo volverá a contraerse para iniciar un nuevo ciclo, y que ese universo se llame vida.

martes, 16 de enero de 2018

Saudade

No encontré mejor manera de evocar un adiós que escribiendo. Tantas veces hemos pasado por despedidas definitivas que ya la condición se encuentra desgastada, desvencijada. Esta vez debo decirte que me siento dichoso porque te dejé todo, mis memorias y mis sueños, algunos de ellos precisamente contigo. Ayer tomaste la decisión de dejarme y tuve una mala noche; hoy te he pedido que no prolongues la pena.

Quisiste mirar atrás, volviste a los lugares donde fuiste feliz con el miedo de pensar que nunca más te sentirías igual; retornaste a la comodidad de un abrazo paternal, a tu infancia, al calor de una hoguera que durante años te abrigó pero que hoy se encuentra sofocada, a punto de extinguirse. Créeme que no lo juzgo; no lo hago porque he vivido el invierno y sé lo difícil que es confrontarlo: puede llegar a ser confuso entender que las hojas han dejado de ser útiles y que deben caer. No te detengas sino para contemplar la blancura espesa que ahora cubre el césped que recorriste con tus pies descalzos, esa hermosura lívida que siempre nos ha motivado a especular.

Las conversaciones insaciables desde la alborada hasta el crepúsculo solo fueron suficientes para hacerte dudar un instante que anhelé fuera eterno; incluso comprendí tu silencio, pudimos hablar sin hacerlo. Tuve la fortuna de advertir que tu entendimiento no tenía linderos y así mismo quise instalarme dentro de él. Te puedo decir sin soberbia que aprendí un poco de ti aunque siempre lo dudaste, que me regalaste vida y pretendí retribuírtelo con otra, que también conocí tus dimensiones, y abracé tu sombra taciturna.

He sido yo quien te ha pedido esta vez apartarnos, de la misma manera en que decidiste continuar tu senda, con la misma vacilación de los primeros pasos que inevitablemente vuelve con el transcurso de los años. Debo reconocer que me encantaría encontrarte y nunca más verte partir de nuevo, porque cada despedida viene con más nostalgia que la anterior. Zarpemos juntos sin rumbo fijo, adonde el viento quiera llevarnos.

miércoles, 2 de agosto de 2017

Efe

En mi último sueño estuve rodeado de muchas formas. Hacían de mi casa su hábitat mientras yo observaba con cierta temeridad las interacciones propias de su naturaleza. Ciertamente no era el único de mi especie en el recinto, pues me encontraba departiendo con otras personas; la mayoría, rostros conocidos. Siempre me ha parecido curiosa la manera como mi cerebro, e imagino que el de ustedes también, me juega malas pasadas mientras yazco inmóvil en mi cama; hasta que él mismo, caprichosamente, decide que es hora de un nuevo despertar.
Por supuesto que no estaría escribiendo ésto si no se tratase de una situación especial. Las últimas tres semanas han sido turbulentas; Turbulencia que probablemente viviste mientras observabas el bisel del ala manchada de pintura blanca contrastando con un cielo inconcluso, de mil colores, producto de la carrera contra el tiempo, y que quizás tampoco imaginaste sería el presagio de lo que te estoy relatando ahora.
Tienes la facultad, inconsciente, de cambiar vidas con tan solo una mirada. Llegas y de la misma forma te marchas, sin decir adiós. Indudablemente fuimos compañeros de otro milenio, pero ahora dependemos del cielo despejado y tu voluntad para comunicarnos.
Te podría enumerar una lista de sucesos, pero los has olvidado; No podrían ser otra cosa que confabulaciones. Te puedo decir que fuimos escaladores desde mucho antes que se popularizara. No nos importaba compartir el contenido de nuestras tarteras con las manos empolvadas. Te aseguro que no tenía idea de lo que vendría tras nueve años de infortunio, del cual no te percatabas, pero yo sobrellevaba.
Ahora han pasado varios años y la cordialidad nos ha traído de vuelta.